Hay verdades imposibles de disimular. Hay realidades difíciles de cambiar. Boca sigue siendo el campeón y River no puede dejar de ser último. Le pese a quien le pese. Por más que quiera, River no puede. Y Boca, aunque en dos minutos pareció condenado a pasar una noche de infierno, logra lo que se propone.

Ayer, con un hombre menos durante una hora, confirmó que el 2009 empezó con el mismo color que el final de 2008: Boca festejando, sonriente y ahora puntero en el Pentagonal de Grandes junto a Independiente; River preocupado, sin alma y sin invicto.

 
El primer tiempo, de a ratos, se asemejó a un duelo de tres contra tres, como en el potrero. Porque los conductores, Leandro Gracián por un lado y Diego Buonanotte por el otro, no aparecían. Entonces, el Superclásico se disputaba en apenas 25 metros laterales. De la mitad de la cancha hacia la izquierda del ataque de Boca, sector por el cual iban y muy bien Morel Rodríguez, Jesús Dátolo y Pablo Mouche. Y a su vez esa franja, la derecha para River, era la que usaban para atacar Paulo Ferrari, Augusto Fernández y Mauro Rosales. Todos pensaban más en atacar que en defender.

Entonces, Mouche desbordaba y Lucas Viatri esperaba en el área. Y si el pibe gol hubiera puesto bien la cabeza de entrada, Boca habría arrancado en ventaja. Entonces, Ferrari se lanzaba como un Fórmula 1 en ataque y Dátolo tenía que hacerle falta. Y si el tiro libre de Matías Abelairas no hubiera chocado contra las manos del juvenil Josué Ayala, River habría gritado antes en el clásico.

Era parejo el partido, aunque Boca hacía circular mejor la pelota, algo que, más allá de la diferencia de apellidos, había mostrado la semana pasada ante Independiente, en Salta. River, en cambio, no era vistoso, no encontraba la pausa y el juego que pondera Néstor Gorosito. Intentaba ser práctico, llegar sin tantos firuletes al área de Ayala. Pero, dicho está, Boca jugaba apenas mejor. Por eso, aparentaba estar más cerca del gol.

Sin embargo, tuvo un par de minutos fatídicos, donde pareció que se le caía el Superclásico encima: Falcao le robó la pelota a Battaglia en el círculo central y el "5" bajó de atrás al colombiano. Fue directamente a su pierna. Héctor Baldassi no dudó: una tarjeta roja para una patada poco amistosa.
Y de esa jugada, partió el tiro libre de Abelairas que se tradujo en gol de River. El envío cayó en el área, Julio Cáceres devolvió hacia adentro y Rosales remató a quemarropa; Ayala tapó como pudo y Gustavo Cabral la empujó.

Pero se reacomodó Boca. Gracián se paró de "8", Vargas de "5", Dátolo siguió por izquierda y entre los tres hicieron olvidar que su equipo tenía uno menos. Y llegó el empate: un pase (sí, riquelmeano) de Cáceres habilitó a Facundo Roncaglia, el lateral remató entrando por derecha y halló el pie de Dátolo, casi debajo del arco.

En el segundo tiempo, Boca durmió el partido. Con el ingreso de Chávez por Gracián, se paró mejor que River, al que no se le cayó una idea. Más allá de que Ferrari se soltó por la derecha, casi como un volante más, y que terminó jugando con tres delanteros (entraron Tortuga Fernández y Salcedo que se sumaron a Falcao). No había emociones en las áreas. Pero Pochi Chávez dejó mano a mano a Ricardo Noir y Abelairas tuvo que derribarlo. Y Dátolo, en su noche de gloria, canjeó el penal por gol. Y celebró Boca, a pura fiesta. Y penó River, a pura bronca.