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Independiente, se llevó la mayor recompensa. Banfield y San Martín aburrieron.
Gallego consiguió su primer triunfo como DT de Independiente. Su equipo fue eficaz, pero muy mezquino. Banfield y los tucumanos igualaron 0-0 en el Florencio Sola. El local buscó un poco más pero no tuvo ideas para vulnerar a la defensa del Santo, que sigue último en la tabla de promedios.

Un hombre vestido de diablo, atuendo rojo, capa roja, tridente y mascara alusiva, reparte caramelos y chupetines a grandes y chicos en la platea local --que en realidad sería la visitante, pero Independiente hizo de dueño de casa, insólitamente, en la cancha del que tiene la escritura, Huracán-- y entonces vale el juego de palabras. Es el final del partido y la gente que responde a muerte a Américo Gallego --asi lo demostraron con su recibimiento al Tolo-- canta, baila y disfruta. Acaba de ganar Independiente y el resto, parece, poco importa. Se acabó el paladar negro y el grito por las formas. Al menos en Avellaneda.
Un hincha de Huracán se rompe las manos y aplaude a sus jugadores. Su equipo acaba de perder, pero mereció más. Ni siquiera empatar: tendría que haber ganado. Pero los de blanco se empecinan en gambetear a puro lujo y casi no patean al arco. Y así es difícil. No importa. Los hinchas agadecen la intención. Y este equipo, que ahora lleva dos derrotas seguidas --la semana pasada perdió con Colón--, seguramente ganará más de lo que perderá si juega como ayer.
De hecho, de entrada nomás fue Huracán el que arrancó mejor la tarde-noche en Parque Patricios. Bolatti fue dueño del mediocampo y enseguida, vía De Federico, se encargó de desequilibrar a la defensa de Independiente. Fue inteligente Angel Cappa y planteó el partido a pedido de su equipo. Le sacó la pelota a los de Gallego, y tocó y tocó. Y en una triangulación llegó el primer gol, con centro atrás de Pastore y entrada de De Federico que, de frente al arco, abrió el pie para clavar el 1 a 0.
Pero se avivó Gallego. Y metió a Machín --el que volvía ayer a ser titular tras quedar olvidado en Newell's y casi firmar en Boca, pero tuvo que volver-- encima de Bolatti, quien ya no fue amo y señor del medio. Eso fue suficiente para que Independiente tuviera algo más de aire, al menos por un rato. Y en una ráfaga empató Mancuello, tras una mala entrega en la salida de Huracán; y Montenegro puso en ventaja a su equipo con un cabezazo certero tras un gran centro de Machín.
Ahí empezó otro partido. Parecido al del arranque, aunque sin que Bolatti fuera protagonista. Porque los de Cappa empezaron a encarar por los costados aprovechando las debilidades de Moreira y del debutante Delmonte. De Federico fue incontrolable y Assmann se hizo importantísimo. Pero el lujo es vulgaridad a veces y Huracán se la pasó a todo lujo. Pastore, el mismo De Federico, Leandro Díaz y también Bolatti, cuando Machín le daba aire, exageraron con esa manera lírica de buscar el área contraria. Y así se terminaron yendo en el primer tiempo con la derrota injusta a cuestas.
Poco cambió en el complemento en ese sentido. Porque Independiente directamente renunció al juego. No atacó más. Montenegro y Mazzola quedaron aisladísimos y lejos del resto. Y sus defensores casi que jugaron a sacarse la pelota de encima y no a buscarlos en alguna contra armada.
Y Huracán fue. Por todos lados. Con abuso de lujos y demás. Pero con poca profundidad. De Federico se hizo protagonista y con sus gambetas complicó a todo el fondo de Independiente. Pero no hubo demasiadas llegadas porque el Globo no es profundo y eso en el fútbol se paga caro.
Lo tuvo dos veces César González, una vez más De Federico, un tiro de Arano y un cabezazo final del venezolano en el último minuto. No le alcanzó. Porque Independiente, con un hombre más desde los 26 minutos de esa segunda parte y todo, prefirió jugar a no jugar. A tirar la pelota lejos.
Pero marche preso Huracán. Y a cambiar la cara y ser más profundo de acá en más. Porque el que ganó fue Independiente. Que grita, que festeja, que está dulce por los caramelos de ese diablo que reparte chupetines a diestra y siniestra, y los tres puntos. Que es al cabo, y evidentemente, lo único que le importa a esta altura.

Banfield 0, San Martín de Tucumán 0.

Un reparto de ceros fue la consecuencia de un partido para aburrir incluso a los más optimistas y generosos de los espectadores. Banfield y San Martín de Tucumán se llevaron de la noche del sábado un punto, muchas incógnitas respecto del futuro inmediato y la sensación de que muy por debajo del nivel de anoche no se puede jugar.

Buscaban cosas distintas. Por un lado, Banfield tenía la presentación ante su gente de un técnico con historia exitosa en el club, Julio Falcioni; por el otro, San Martín llegaba al Florencio Sola con un promedio tan escaso que lo tenía en zona de descenso. Dicho de otro modo, jugaban un entusiasmo que nacía contra un puñado de urgencias.

Ese contexto de necesidad no fue disparador de nada atractivo, al menos en ese primer en el que el fútbol fue ordinario, discontinuo, despojado de fantasía. Banfield intentó con recursos conocidos: buscó por afuera y trató de meter la pelota en el área por el techo. Lo hizo ocasionalmente con éxito escaso. Sin embargo, su llegada más clara fue un cabezazo de Santiago Silva, que se fue por arriba. La otra aproximación valiosa del equipo local en la primera etapa llegó a través de un remate de zurda de Nicolás Bertolo. Poco, demasiado poco para sostener el entusiasmo de los hinchas por la llegada de Don Julio.

Lo de San Martín de Tucumán fue lógico y a la vez preocupante. Como casi cada vez que sale de su provincia, el equipo de Carlos Roldán --El Ferguson del Jardín de la República-- se desvanece, parece frágil y termina dependiendo de la elasticidad de su arquero Marcos Gutiérrez. Pero por lo que ofrecen en cuanto al juego no sorprende el antecedente con el que llegó este encuentro: desde su regreso a Primera, apenas ganó un partido fuera de La Ciudadela (2-1 ante Tigre, en Victoria). Su llegada más peligrosa estuvo vinculada con un error del árbitro Federico Beligoy, quien omitió un penal de Víctor López a Gustavo Canio.

No cambió en casi nada el partido en el segundo tiempo, en cuanto al nivel y a la intensidad. Banfield buscó de modo calcado: por arriba, sin juego asociado, sin continuidad. Lo de san Martín se fue pareciendo cada vez más a un conformismo, a cierta simpatía por el cero compartido. Como si poco le importara que el punto servía de casi nada: San Martín sigue último en los promedios. ¿Y Banfield? Se fue silbado y seguirá mirando de reojo a la tabla del miedo...

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