Deportes
SOLEDAD AYALA
La sanlorenceña por adopción que es la nueva reina del pool
Se llama Soledad Ayala y se acaba de consagrar tricampeona panamericana. Aprendió a tirar a la salida del colegio y tiene un instinto natural para el juego. Nació en Buenos Aires, pero tiene un vínculo especial con San Lorenzo, Corrientes, donde vive su familia. Soledad Ayala, tiene raices correntinas. Su familia vive en San Lorenzo, y ella misma tiene domicilio en esta pequeña localidad de la provincia de Corrientes.
Soledad Ayala, tiene raices correntinas. Su familia vive en San Lorenzo, y ella misma tiene domicilio en esta pequeña localidad de la provincia de Corrientes. Es pastelera profesional y su especialidad son las tortas de tres pisos, decoradas con emojis, latas de cerveza, autos de carrera y palmeras tropicales. Les da mil formas a sus creaciones, pero hace poco se dio un gusto especial: horneó un bizcochuelo plano, rectangular, verde, con seis agujeros; amasó bolas de colores, les puso números, las desplegó anárquicas entre las velitas y calculó, mirando la blanca, adónde metería cada una si le tocara jugar sobre ese paño de vainilla y mazapán.
Su destreza y su pasión se despliegan también en torneos nocturnos de pool, donde ella se quita el delantal, se pone la chomba con la bandera argentina y sale a batir récords de esta especialidad del billar por clubes del Conurbano y bares notables de Buenos Aires. Así, cuando cambia la harina de sus manos por tiza azul que le pone a la puntera de su taco, Soledad se transforma en la mejor jugadora argentina de pool, que acaba de consagrarse tricampeona panamericana y de ubicarse como la número uno del ranking continental.
Soledad tiene 26 años, vive en el Tigre y trabaja como encargada en el negocio de sus padres: locales donde se juega al pool. Aprendió por diversión y en vez de maestros buscó horas de vuelo, desde que tenía 14 años. Salía del colegio, caminaba unas 15 cuadras y empezaba a practicar. Así desarrolló un talento natural sobre esa llanura color pasto con seis buchacas, que miraba al ras con la vista afilada y su inconsciente eligiendo efectos y ángulos de disparo. Cuando empezó a competir era una adolescente vacía de cátedra pero llena de instinto. Tanto que se animó a desafiar a los varones, que aceptaban jugar con ella sólo si tenían que hacer tiempo.
Durante años, no paraba de perder. Hasta que un día, frente a un muchacho que jugaba en la Primera categoría, dio el batacazo y lo derrotó con holgura. El pibe se sintió humillado, porque la atmósfera varonil que rodeaban al billar y al pool no daban lugar a semejante resultado. Para Soledad fue una inyección de confianza: sintió que podía progresar, entrenó más horas, a veces hasta la madrugada. Y como en su tiempo jugaron Cleopatra con sus adláteres y Josefina con Napoleón, con reglas y modalidades muy distintas al pool de hoy, Soledad comenzó a construir su propio reinado.
Entre campeones. En el subsuelo de Avenida de Mayo 1265, grandes maestros del billar se agachan o se yerguen para calcular sus próximas jugadas. Están concentrados, pero cuando Soledad baja las escaleras, rumbo a las mesas de pool, no hay quien no la salude, con familiaridad y admiración.
"Ellos vieron mi esfuerzo por mejorar. Yo no tengo una técnica pulida, mis golpes me salen con espontaneidad, pero jamás me rindo, nunca doy una mesa por perdida. Y en el billar ese valor, que llaman temple, vale más que un taco de 2.000 dólares", señala Soledad a Viva, mientras transita con timidez su primera sesión de fotos.
El pool, definido como "Billar de buchacas" o "Billar americano", no es en la Argentina un deporte profesional, así que ella se gasta sus ahorros de pastelera y de encargada cada vez que tiene que jugar un certamen en otro país.
El último panamericano lo jugó de local, en el club El Trébol, de Moreno. "El primer torneo fue con el reglamento de Bola 8, el más conocido por los aficionados. Me tocó la final con la venezolana Johanna Esponiza, que es muy buena y se puso 7 a 2, en un duelo a 8 partidas. Era casi imposible darlo vuelta, pero, como te dije, si querés, ganame, porque nunca te voy a regalar nada, hasta la última bola. Y así fue como, con paciencia y soltura, me puse 7 a 3, 7 a 4... ¡7 a 7! Y, cuando Johanna tuvo la definición y falló, me quedé con el título", relata sobre el primer trofeo de la serie.
Al día siguiente disputó la especialidad Bola 10, donde hay que embocar primero la 1, respetar el orden ascendente y cerrar con la 10, avisando a qué tronera se dirige cada tiro.
"Llegué a la final con la costarricense Adriana Villar, con "V" corta, jaja. Le gané 6 a 1 sin problemas y para mí ya estaba, era bicampeona y me iba contenta para casa, pero me quedaba defender el título de Bola 9, que había obtenido en solitario el campeonato anterior", sigue la narración, mientras en los 36 Billares suena música tallada por corcheas y redondas de marfil.
En el reglamento Bola 9 no existen los tiros cantados. El juego es más agresivo, porque se puede anunciar una bola, embocar dos "de bagre" (de casualidad), en cualquier buchaca, y vale. Completa su relato Soledad: "Yo venía muy relajada y arranqué perdiendo 3 a 0 contra la peruana Jackeline Pérez. Pero como podemos pedir un tiempo, aproveché y me fui a caminar, a mirar el cielo, a despejarme. Volví, me puse 3 a 2. Pero ella reaccionó y se alejó, 6 a 3. Entonces me pasó algo que nunca había sentido, un diálogo interior, donde yo mismo me decía: esforzate más, medí las bolas, apuntá bien... ¡Y resultó! Gané 8 a 6... Y fue así como me convertí en la primera tricampeona panamericana".
Se dice de mí. Al instinto que la consagró, Soledad quiere sumarle táctica. Por eso empezó a escuchar consejos del profesor y multicampeón argentino Gustavo Espinosa, con la idea de prepararse para el próximo Mundial que se disputará del 3 al 9 de diciembre en Sanya, China. "De Soledad destaco la soltura y delicadeza de su golpe y el temperamento para definir. Si a eso le suma técnicas y corrección de posturas, como la posición de sus pies, está para grandes cosas", avisa Espinosa.
De mesas vecinas también elogian: "Como billarista a tres bandas –opina Jorge Viale–, es positivo ver cómo va creciendo el pool y cómo Soledad avanza, con entrenamiento y disciplina".
La historia de Sole ya despertó el interés del libro Voces del billar argentino, del experto Luis Alberto Venosa. Los capítulos por venir también prometen.
Los 36 Billares y una gran campeona
Fue un lugar de compadritos, pero también de poetas, como Federico García Lorca, que se cruzaba desde el hotel Castelar y caminaba unos metros para tomar allí el té. El bar notable Los 36 Billares tiene la misma edad que la Avenida de Mayo, pues ambos abrieron en 1894. Fue un café que vivió esplendores y ocasos y llegó a estar cerrado, pero en 2014 cobró nuevo impulso, cuando lo compró la cadena de pizzerías La Continental.
Además, funciona una escuela de billar para todos los niveles e incluso la venezolana Johanna Espinoza enseña a mujeres. En ciertos horarios, previas consultas, pueden encontrarse clases gratuitas.
Bajo sus arañas holandesas y entre sus paredes revestidas con madera, transitan evocaciones de chicos canillitas que vendían diarios vestidos de traje, aunque de pantalones cortos.
Hay una puerta secreta, que llevaba a un antiguo taller de mesas de billar rotas, y un espejo del 1900 recuperado, que había quedado tapado.
Las cenizas del gran maestro y campeón mundial Osvaldo Berardi –que llegó a jugar con reyes y príncipes– están en un lugar secreto de Los 36 Billares, cerca del paño verde y los tacos que lo hicieron feliz.
Los bordes de las mesas para las carambolas están tibios, a temperatura, para que las bolas rueden según la intención del billarista y no de los factores del ambiente, como la humedad.
Los bordes de las mesas están a más temperatura, para evitar que la humedad modifique la dirección del golpe.
Las mesas de pool donde ahora Soledad Ayala desafía a Viva también están en buen estado, así que no hay excusas por la derrota sufrida. Con información de Clarín
Soledad Ayala, tiene raices correntinas. Su familia vive en San Lorenzo, y ella misma tiene domicilio en esta pequeña localidad de la provincia de Corrientes. Es pastelera profesional y su especialidad son las tortas de tres pisos, decoradas con emojis, latas de cerveza, autos de carrera y palmeras tropicales. Les da mil formas a sus creaciones, pero hace poco se dio un gusto especial: horneó un bizcochuelo plano, rectangular, verde, con seis agujeros; amasó bolas de colores, les puso números, las desplegó anárquicas entre las velitas y calculó, mirando la blanca, adónde metería cada una si le tocara jugar sobre ese paño de vainilla y mazapán.
Su destreza y su pasión se despliegan también en torneos nocturnos de pool, donde ella se quita el delantal, se pone la chomba con la bandera argentina y sale a batir récords de esta especialidad del billar por clubes del Conurbano y bares notables de Buenos Aires. Así, cuando cambia la harina de sus manos por tiza azul que le pone a la puntera de su taco, Soledad se transforma en la mejor jugadora argentina de pool, que acaba de consagrarse tricampeona panamericana y de ubicarse como la número uno del ranking continental.
Soledad tiene 26 años, vive en el Tigre y trabaja como encargada en el negocio de sus padres: locales donde se juega al pool. Aprendió por diversión y en vez de maestros buscó horas de vuelo, desde que tenía 14 años. Salía del colegio, caminaba unas 15 cuadras y empezaba a practicar. Así desarrolló un talento natural sobre esa llanura color pasto con seis buchacas, que miraba al ras con la vista afilada y su inconsciente eligiendo efectos y ángulos de disparo. Cuando empezó a competir era una adolescente vacía de cátedra pero llena de instinto. Tanto que se animó a desafiar a los varones, que aceptaban jugar con ella sólo si tenían que hacer tiempo.
Durante años, no paraba de perder. Hasta que un día, frente a un muchacho que jugaba en la Primera categoría, dio el batacazo y lo derrotó con holgura. El pibe se sintió humillado, porque la atmósfera varonil que rodeaban al billar y al pool no daban lugar a semejante resultado. Para Soledad fue una inyección de confianza: sintió que podía progresar, entrenó más horas, a veces hasta la madrugada. Y como en su tiempo jugaron Cleopatra con sus adláteres y Josefina con Napoleón, con reglas y modalidades muy distintas al pool de hoy, Soledad comenzó a construir su propio reinado.
Entre campeones. En el subsuelo de Avenida de Mayo 1265, grandes maestros del billar se agachan o se yerguen para calcular sus próximas jugadas. Están concentrados, pero cuando Soledad baja las escaleras, rumbo a las mesas de pool, no hay quien no la salude, con familiaridad y admiración.
"Ellos vieron mi esfuerzo por mejorar. Yo no tengo una técnica pulida, mis golpes me salen con espontaneidad, pero jamás me rindo, nunca doy una mesa por perdida. Y en el billar ese valor, que llaman temple, vale más que un taco de 2.000 dólares", señala Soledad a Viva, mientras transita con timidez su primera sesión de fotos.
El pool, definido como "Billar de buchacas" o "Billar americano", no es en la Argentina un deporte profesional, así que ella se gasta sus ahorros de pastelera y de encargada cada vez que tiene que jugar un certamen en otro país.
El último panamericano lo jugó de local, en el club El Trébol, de Moreno. "El primer torneo fue con el reglamento de Bola 8, el más conocido por los aficionados. Me tocó la final con la venezolana Johanna Esponiza, que es muy buena y se puso 7 a 2, en un duelo a 8 partidas. Era casi imposible darlo vuelta, pero, como te dije, si querés, ganame, porque nunca te voy a regalar nada, hasta la última bola. Y así fue como, con paciencia y soltura, me puse 7 a 3, 7 a 4... ¡7 a 7! Y, cuando Johanna tuvo la definición y falló, me quedé con el título", relata sobre el primer trofeo de la serie.
Al día siguiente disputó la especialidad Bola 10, donde hay que embocar primero la 1, respetar el orden ascendente y cerrar con la 10, avisando a qué tronera se dirige cada tiro.
"Llegué a la final con la costarricense Adriana Villar, con "V" corta, jaja. Le gané 6 a 1 sin problemas y para mí ya estaba, era bicampeona y me iba contenta para casa, pero me quedaba defender el título de Bola 9, que había obtenido en solitario el campeonato anterior", sigue la narración, mientras en los 36 Billares suena música tallada por corcheas y redondas de marfil.
En el reglamento Bola 9 no existen los tiros cantados. El juego es más agresivo, porque se puede anunciar una bola, embocar dos "de bagre" (de casualidad), en cualquier buchaca, y vale. Completa su relato Soledad: "Yo venía muy relajada y arranqué perdiendo 3 a 0 contra la peruana Jackeline Pérez. Pero como podemos pedir un tiempo, aproveché y me fui a caminar, a mirar el cielo, a despejarme. Volví, me puse 3 a 2. Pero ella reaccionó y se alejó, 6 a 3. Entonces me pasó algo que nunca había sentido, un diálogo interior, donde yo mismo me decía: esforzate más, medí las bolas, apuntá bien... ¡Y resultó! Gané 8 a 6... Y fue así como me convertí en la primera tricampeona panamericana".
Se dice de mí. Al instinto que la consagró, Soledad quiere sumarle táctica. Por eso empezó a escuchar consejos del profesor y multicampeón argentino Gustavo Espinosa, con la idea de prepararse para el próximo Mundial que se disputará del 3 al 9 de diciembre en Sanya, China. "De Soledad destaco la soltura y delicadeza de su golpe y el temperamento para definir. Si a eso le suma técnicas y corrección de posturas, como la posición de sus pies, está para grandes cosas", avisa Espinosa.
De mesas vecinas también elogian: "Como billarista a tres bandas –opina Jorge Viale–, es positivo ver cómo va creciendo el pool y cómo Soledad avanza, con entrenamiento y disciplina".
La historia de Sole ya despertó el interés del libro Voces del billar argentino, del experto Luis Alberto Venosa. Los capítulos por venir también prometen.
Los 36 Billares y una gran campeona
Fue un lugar de compadritos, pero también de poetas, como Federico García Lorca, que se cruzaba desde el hotel Castelar y caminaba unos metros para tomar allí el té. El bar notable Los 36 Billares tiene la misma edad que la Avenida de Mayo, pues ambos abrieron en 1894. Fue un café que vivió esplendores y ocasos y llegó a estar cerrado, pero en 2014 cobró nuevo impulso, cuando lo compró la cadena de pizzerías La Continental.
Además, funciona una escuela de billar para todos los niveles e incluso la venezolana Johanna Espinoza enseña a mujeres. En ciertos horarios, previas consultas, pueden encontrarse clases gratuitas.
Bajo sus arañas holandesas y entre sus paredes revestidas con madera, transitan evocaciones de chicos canillitas que vendían diarios vestidos de traje, aunque de pantalones cortos.
Hay una puerta secreta, que llevaba a un antiguo taller de mesas de billar rotas, y un espejo del 1900 recuperado, que había quedado tapado.
Las cenizas del gran maestro y campeón mundial Osvaldo Berardi –que llegó a jugar con reyes y príncipes– están en un lugar secreto de Los 36 Billares, cerca del paño verde y los tacos que lo hicieron feliz.
Los bordes de las mesas para las carambolas están tibios, a temperatura, para que las bolas rueden según la intención del billarista y no de los factores del ambiente, como la humedad.
Los bordes de las mesas están a más temperatura, para evitar que la humedad modifique la dirección del golpe.
Las mesas de pool donde ahora Soledad Ayala desafía a Viva también están en buen estado, así que no hay excusas por la derrota sufrida. Con información de Clarín
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