Deportes
Messi se merece la Copa más que nadie
La selección argentina volvió a superar una prueba de carácter para meterse entre los mejores cuatro del Mundial de Qatar 2022


Hay momentos en los que no se debe descansar, en los que, independientemente del momento en el que el lector atraviese las líneas, es necesario escribir con las emociones a flor de piel. Al fin y al cabo, ¿qué derecho tiene uno a desaprovechar esa condición única que tiene el deporte cada vez que nos conmueve provocándonos sensaciones tan intensas como inexplicables?

La Selección estuvo dos o tres goles arriba, con un Messi en un modo antinatural. Julián Álvarez se ganó la 9 de Argentina sin ser parecido a Batistuta ni a Crespo y Scaloni hizo bien en dejar el corazón en la mesita de luz y apostar por la mejor actualidad de los jugadores. Los jugadores contagian a los hinchas y la gente los contagia a ellos


Porque la Argentina pasó de estar a nada de celebrar una noche plácida, justamente, en la parada más difícil a convertir este cuartos de final en un thriller absurdo digno de Black Mirror.

Hubo angustia, porque cuando se te escapa una ventaja de 2 a 0 ante un rival que en una hora veinte de partido había pateado una sola vez al arco no podés imaginar nada distinto a que el influjo se profundice hasta sentenciar una derrota.



Hubo perplejidad: ¿cómo convencer al hincha fanático de que este ciclo de Scaloni es lo suficientemente virtuoso como para no caer en la torpeza de darlo por frustrado ante un traspié como el que se vislumbraba, desde lo emocional, después de ese inverosímil segundo gol neerlandes?

Hubo enojo. De ninguna manera calificaría el arbitraje del español Antonio Mateu Lahoz como decisivo. Pero su afán de protagonismo y un manejo del criterio demasiado oscilante fueron suficientes como para irritar a quienes se sintieron perjudicados en algunos fallos cuestionables pero no cruciales. Es inverosímil y demodé que un juez quiera salir en todas las fotos. No sino esa sensación da un árbitro que califica de la misma manera –tarjeta amarilla- las quejas de un asistente (Walter Samuel) y a un suplente de Países Bajos que a los protagonistas de la “Batalla de Paredes” o al mismísimo Messi, cuyos reproches al árbitro fueron mucho más allá de la amonestación que recibió. Es inexplicable que la Federación Española y la mismísima FIFA no encuentren un mejor representante de una de las naciones más importantes de este deporte.


Hubo sorpresa. Al menos de mi parte. Quienquiera que haya leído o escuchado al técnico neerlandes Van Gaal en los días previos al partido no podría menos que lamentarse que ese sabio simpático y distendido como quien está de vuelta de todo barullo pudiese ser el estratega de nuestro posible verdugo. Apenas comenzado el encuentro quedó en claro que buena parte de la naturalidad con la que habló de todo no tenía correlato con un planteo que comenzó errático –libero insólitamente más de la mitad de la franja derecha de la salida argentina- y terminó apelando a una mezcla de pivotes de básquet y segundas líneas de rugby como recurso maestro para buscar la igualdad. Por cierto, parte de sus confesiones incluyó sentencias que fueron el disparador para las reacciones –imposible considerarlas desmesuradas sin considerar el contexto- lideradas por Messi y esparcidas entre casi todos los jugadores argentinos. Este maestro del fútbol convirtió a su último seleccionado en un equipo menor.

Hubo incredulidad. Porque aun enfrentando a un rival como el que acabo de calificar, se volvió a padecer hasta lo indecible, corriendo el riesgo de derrumbar aquello que se construyó casi desde el principio. Pregunta/apunte para lo que viene: ¿no nos parece que hay un hilo conductor de incomodidad anímica entre esos ocho minutos fatídicos contra Arabia Saudita, el final con Australia y el desenlace de anoche en el Lusail?

Hubo desahogo. Más allá de los matices técnicos y tácticos que, ahora más que nunca, confieso no estar en condiciones de evaluar, sonaba a absurdo histórico que se volviera a casa un equipo que fue capaz de superar al rival casi como a ningún otro durante el torneo. Es estadístico: en nueve de cada diez ocasiones similares –un equipo pierde una ventaja amplia casi al final del partido- el que llega a la igualdad es quien gana. Entonces…


Hubo orgullo. Aun con errores, con inestabilidades, con actuaciones destacadas y otras que obligan al cambio, con mutaciones de nombres y formas, este plantel acaba de jugar por cuarta vez consecutiva un encuentro decisivo. Y volvió a superar la prueba de carácter, sin detenerse en excusas ni rindiéndose ante el estrés permanente. Finalmente…

Hubo asombro. Solo un animal del deporte como Lionel Messi puede tener idea de todo lo que aún tiene adentro para dar. O quizás no. Capaz él mismo se vaya redescubriendo partido tras partido. O minuto a minuto, como cuando en el segundo tiempo suplementario pareció tener un segundo aire para participar de varias de las cinco chances claras de gol que tuvo el seleccionado en esos quince minutos.

Es absolutamente descomunal lo que está haciendo Messi en este torneo, del cual ha jugado todos y cada uno de los más de 500 minutos que la Argentina lleva disputados.

Ya fue dicho. Ese líder del juego, la magia y la contundencia de siempre ha sumado en estas veladas qataríes un nivel de agresividad competitiva –incluido ese perfil pendenciero del cual ya hemos hablado- y de vínculo con la multitud celeste y blanca que puebla los estadios, que lo destaca como un futbolista que, aún en tiempos de madurez deportiva, no deja de sumar variables a su excelencia.

Este genio al cual la paternidad, la evolución personal y hasta la ausencia de sus históricos compañeros de ruta han convertido en un líder más allá de su entrañable relación con la pelota merece la Copa más que nadie. Lo maravilloso es que, de conseguirlo, nos habrá sacado campeones a todos nosotros.
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