Politica
Por Tatiana Schapiro
“Se me está muriendo de a poco y nadie hace nada”: el grito desesperado de una madre que intenta rescatar a su hijo adicto
La última vez que Patricia encontró a Arturo, su hijo, le costó reconocerlo: estaba en situación de calle en Villa María, provincia de Córdoba, y tenía la cara teñida de negro por el consumo. Cuando lo recuerda, llora. La historia de un joven que cayó en las adicciones y en la delincuencia, y lucha de una mujer que presiente que el Estado está dejándolo morir
En un rincón perdido de esa terminal de ómnibus, invisible para todos, guarecido en un hueco y cobijado -si es que esto pudiera ser posible- por una frazada gastada, Patricia vio a un joven durmiendo. Con tanta cautela como respeto, intentó identificarlo. Ese joven podía ser Arturo, su hijo menor.
“Yo lo miraba: buscaba su cara para ver si esa cara, era la de mi hijo -recuerda-. Y mientras buscaba, me pasaba todo como en una película: el momento en que nació, cuando lo llevé al jardín, cuando tomó su primera comunión... Los momentos que tenés con un hijo. Y yo estaba buscando a mi hijo detrás de esa frazada, detrás de ese muchacho en situación de calle”.
—¿Y era tu hijo?
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—No. No era. Pero era el hijo de cualquier otra mamá, en mis mismas circunstancias. Y entonces, seguí buscando.
Patricia se emociona. Aferrada a su relato, a lo largo de todo este encuentro con Infobae intentará en vano que las lágrimas no la desborden. Cuando eso suceda, seguirá narrando. “Doy este testimonio para que muchas mamás vean la situación a tiempo. El tiempo es un factor importantísimo”.
Y así cuenta que al fin encontró a su hijo, no en la terminal sino en las calles de Villa María, Córdoba. En el hueco donde lo arrojó la indiferencia del Estado. Y dice que lo notó “muy mal”. Que le acercó “lo básico” -una muda de ropa y un sándwich-, porque si le daba más lo vendería para conseguir droga. Y que después se subió al auto, y su marido le dijo: “Esto es todo...”. Como pudo, le respondió: “Arrancá, por favor”.
Esta es la historia de una mujer que acompañó a su hijo de todas las maneras posibles, primero en su Catamarca natal, luego en su paso por Buenos Aires, ahora en Córdoba. Una mamá que desde hace años se desangra en su propia impotencia, frente a una Justicia que la oye sin escucharla.
Y es también la historia de un joven que pidió ayuda, que intentó, pero que ya no puede: está enfermo. Y es también el grito desesperado a la Justicia, que se pierde en su propio eco: la internación -de carácter urgente- es negada desde hace tiempo.
“Mi hijo se está muriendo de a poco, y yo lo veo. Pero nadie hace nada, nadie lo evita -lamenta Patricia-. La responsabilidad de sacar adelante a Arturo también es del Estado”.
—¿Cuándo entendiste que algo pasaba con Arturo?
—Yo no me di cuenta. Hasta que a los 21 años le manifestó a su psicóloga que tenía problemas de adicción.
—Arturo ya lo identifica como un problema.
—Sí. Empezó a sus 15 años. Y había señales: perdía ropa, perdía celulares, hacía cosas que eran distintas. Pero yo las tomaba como parte de su adolescencia.
—¿Hoy entendés que vendía su ropa y sus celulares para consumir?
—Tal cual. Pero cuando vos no estás en ese mundo, es muy difícil identificarlo. Recién ahora me doy cuenta. Si vuelvo para atrás, todo lo que podría haber hecho y no me di cuenta... Sinceramente: no lo vi, no lo vi.
—¿Con qué empezó?
—Con cocaína, directamente. Y tenía una marcada tendencia al alcohol. En 2017, a los 22 años, nos cuenta que tiene un problema de adicción y todo se empieza a desbordar: empieza a tener conductas distintas. Notábamos que algo le pasaba.
—Cuando Arturo se sienta con ustedes, con sus padres, ¿qué les plantea?
—Que tiene un problema de consumo. Y también me dice que lo puede manejar. Pero nos empezamos a dar cuenta de que no.
—¿Por qué lo cuenta? ¿Necesitaba algo, estaba endeudado, quería que lo cuidaran?
—Por todo eso: porque necesitaba ayuda, porque estaba endeudado, porque quería decirlo. Por supuesto, lo internamos inmediatamente en Salta. En ese momento, él también lo quería.
—¿Arturo estaba en condiciones de decir: “Yo quiero salir de esto”?
—En ese momento, sí. Por eso habló: pudo pedir ayuda.
—Y en ese momento, ¿qué te pasó a vos?
—Pensé que iba a salir. Como familia lo acompañábamos un montón, y él se dejaba acompañar. Sumado a la parte terapéutica, sentí que íbamos a poder. Pero no se pudo. Arturo sostuvo el tratamiento seis meses. Me acuerdo que fuimos (a visitarlo) con su hermano y con su hijito, que en ese momento era chiquito, y la mamá del hijito, que fue su pareja durante un tiempo; una persona excelente, muy mamá. Hicimos todo el acompañamiento y nos volvimos como a los 15 días. Siempre íbamos a Salta y volvíamos a Catamarca como se podía.
—¿Cuántos años tiene su hijo?
—Hoy tiene diez. Lo manejamos por el lado de que (su papá) está trabajando en Córdoba, pero va creciendo. Llegará un momento en que tendremos que decirle que su papá tiene una enfermedad.
—Cuando Arturo se va del centro de rehabilitación de Salta y vuelve a Catamarca, ¿regresa inmediatamente a las drogas?
—Sí, inmediatamente. Nunca las pudo dejar. Tuvo muchas internaciones: cada vez que las dejaba, la recaída era inmediata. Al salir de la primera internación sostiene durante un tiempo una terapia de día en el CIS, un Centro Integral de Salud que se dedica especialmente a las adicciones. Pero entre 2018 y 2020 tuvo nueve internaciones involuntarias con riesgo de vida.
—¿Por qué involuntarias? ¿Eran internaciones que pedías vos?
—No. Él llegaba solo al centro de salud y lo internaban porque estaba muy mal.
—¿Lo internaban por sobredosis o porque había intentado lastimarse a sí mismo?
—Por sobredosis. Nunca intentó suicidarse. Tampoco le hizo daño a los demás, salvo en este último tiempo que está más agresivo, con coacciones, amenazas. En el 2018, durante su segunda o tercera internación involuntaria, cuando tuvieron que sedarlo porque no había forma de calmarlo, hice una presentación ante la Justicia de Catamarca.
—Había una mamá pidiéndole al Estado que hiciera algo porque ya no podía, y porque su hijo terminaba mal.
—Porque él tiene su voluntad tomada: es un enfermo. Ya en ese momento corría riesgo su vida. Ahí, él ya no estaba de acuerdo (con ser internado). Cuando lo sacaban de la urgencia, lo invitaban a hacer el tratamiento de día, pero no podía sostenerlo mucho tiempo. Pasa un mes y tiene otra recaída.
—Era necesario que estuviera internado.
—Exacto.
—Por eso hacés la presentación judicial.
—Y me la deniegan. Queríamos darle otra oportunidad porque nos dábamos cuenta de que Arturo no podía.
—Y como mamá, ¿cuáles eran tus emociones?
—Lloraba todo el día. Me costaba mucho entender la enfermedad. La entendí recién dos años atrás. Al principio yo pensaba que él no quería, y entonces lo retaba. Después entendí que está totalmente enfermo. Pero no es fácil entender esto. Hoy me doy cuenta de lo equivocada que estaba como mamá. Y lo que habrá sufrido él... Porque ellos (los adictos) sufren mucho. Yo pensaba que Arturo iba a salir no era porque fuera mi hijo, sino que lo veía espléndido. Hasta que la última vez, cuando lo encontré en situación de calle en Villa María, deambulando, tenía la cara teñida de negro por el consumo. Se ve que esa noche había consumido mucho. Y me costó reconocer a mi propio hijo cuando lo vi caminando... (llora).
—Y vos, pensando que eso era lo peor que podía suceder, sin imaginar lo que podría venir después.
—Sí... En realidad, nunca pensé estar donde estoy hoy. En ese momento pensé que eso era lo peor que me podía pasar.
—Pero venían cosas más difíciles.
—Sí...
—¿Qué pasa después de esas nueve internaciones involuntarias?
—De 2018 a 2020 estuvo en el CIS; entraba y salía. En 2020 abandona y estuvo un tiempo mal. Después vuelve a internarse en la ciudad de Río Cuarto por decisión suya: todavía tenía ganas de querer salir. Ahí estuvo más de un año internado. Y estaba muy muy bien... Me dice: “Mamá, ya estoy bien. Me quiero ir a Buenos Aires, trabajar allá”. Y hablamos con un sobrino mío, que le dio trabajo.
—¿En ese momento tenía vínculo con su hijo?
—Sí, todavía tenía vínculo. Lo ama a su hijo, pero lamentablemente la enfermedad lo alejó. Creo que él se aleja para preservar a su hijo, como también se aleja de nosotros. Cuando viene a Buenos Aires, después de un año y pico internado, no puede sostenerse ni siquiera tres semanas... Fue terrible.
—¿Cómo te enteraste?
—Él trabajaba de lunes a viernes con su primo y los fines de semana venía a quedarse en casa. Con mi marido, por problema de salud de los dos, nos vinimos en Buenos Aires. Y ese fin de semana le habíamos preparado un asadito para que Arturo se sintiera bien, porque se estaba insertando de vuelta en la sociedad. Pero ese sábado no apareció. Y el teléfono nunca sonó. Y los miedos. Y el fantasma (del consumo). Y una noche espantosa. El domingo a la tarde suena el teléfono: “Mamá, vení a buscarme”.
—¿Dónde estaba?
—En la obra donde trabajaba. Y estaba mal. “¿Qué vamos a hacer?”, le dije. “Me voy a internar de vuelta”. Se fue a Río Cuarto, otra vez. Después de las nueve internaciones involuntarias, con riesgo de vida, él entendió: avisaba cuando estaba muy al borde. Pero siempre al extremo de todo.
—¿Siempre cocaína y alcohol?
—Es lo que creo. Vos sabés que un adicto es manipulador, mentiroso, y hasta donde pudo, él dijo la verdad. En esa internación en Río Cuarto aprende los oficios de panadería y venta ambulante.
—¿Arturo no aceptaba venir a Buenos Aires a vivir con vos?
—No, porque hay algo que tenía bien en claro: Buenos Aires no era para él, por su desborde. Y tampoco quería que sus hermanos y su hijo lo vieran en Catamarca en el estado en que está hoy. Por eso decide quedarse en Córdoba. La última vez que lo vi, lo vi tan mal...
—Durante las internaciones, ¿vos sentías algo de alivio? No solo por estuviera recuperándose, sino porque había alguien más mirándolo, acompañando en la responsabilidad de sacarlo a Arturo adelante.
—La responsabilidad de sacar a Arturo adelante también es del Estado. La última vez vi el despojo de mi hijo, y el Estado me deja verlo. Porque yo voy viendo el deterioro de mi hijo, pero nadie lo evita. Hoy Arturo está preso en Córdoba por un delito que cometió en Villa María. Y yo voy a la Defensoría a explicarles: les presento la epicrisis, todas las internaciones y la historia clínica, para que entiendan que él no tiene voluntad, que no puede solo. Y que además hay una familia detrás, que quiere ayudarlo.
—En todos esos años, ¿cuántos pedidos hiciste para judicializar la internación?
—Tres.
—¿Y los tres fueron denegados por la Justicia?
—Sí. Me dicen: “¿Usted sabe que la ley no nos permite accionar para internar a su hijo?”. Y entonces yo me siento invisible. O sea, soy yo contra el mundo, y el Estado me deja ver cómo mi hijo se muere. Desde sus 22 años vengo viendo cómo él va cayendo, cómo se deteriora física y cognitivamente. Si vos hubieras visto lo que yo vi la última vez... Duele (llora).
—¿Cómo sucede que Arturo llega a vivir a la calle?
—Antes de irse de esta última internación de Río Cuarto, me llama: “Mamá, me voy. No voy a intentarlo más”. Decide no internarse más. Y se te paraliza el corazón. Ese es el miedo de todas las mamás que tienen a sus hijos internados. Los oficios de panadero y vendedor ambulante los pudo sostener a medias, pero como todavía no había llegado a un extremo de adicción peligroso, mucha gente buena le abrió la puerta: tenía lugares donde le brindaban apoyo porque era buen pibe. Pero obviamente, decepcionaba a todo el mundo...
—Cuando hablás de una adicción peligrosa, ¿te referís hacia terceros o hacia él mismo?
—Era peligroso para él; nunca fue violento. Pero después se metía en líos o robaba cosas de las casas donde estaba, y terminaba afuera. Un señor le dio trabajo en el campo. “Es tan buen chico -me dijo-. Estuve un mes acompañándolo, tratando de que no fuera a la ciudad, de que se quede acá, en el campo”. Pero una noche Arturo entró al cuartito de las herramientas: le robó todas las herramientas y se fue.
—¿Y así terminó en la calle?
—Terminó en la calle. Primero va a Bell Ville y empieza con problemas policiales. Delinque. Pero él no roba con armas ni con cuchillos: entró a una casa que estaba sin la gente, a robar cosas; después robó una encomienda en la terminal. Ese tipo de cosas. Todos hurtos.
—¿Roba solo o roba con alguien más?
—Empezó a conocer gente. Andaba con dos o tres muchachos en su misma condición.
—¿Nunca nadie salió lastimado?
—No. Nunca. La última vez que hablé con el secretario del juzgado para ver si lo podía mandar a hacer un tratamiento, porque las suyas son todas causas menores, me dijo que iba a evaluarlo.
Patricia sigue luchando para que la Justicia entienda que Arturo necesita un tratamiento.
Patricia sigue luchando para que la Justicia entienda que Arturo necesita un tratamiento.
—¿Cómo te enterás de que tu hijo está viviendo en la calle?
—Arturo me lo dice. Cuando puede pedir un teléfono, se comunica conmigo.
—¿Y qué te pasó?
—No. Un dolor terrible... Y yo le ofrecí tratamiento y me dijo que no.
—¿Y cómo es ir a ver a tu hijo, que está durmiendo en la calle?
—Es muy difícil. Es viajar a una ciudad y empezar a buscar en las casas abandonadas, donde generalmente está con dos o tres, y se meten. O buscar por la terminal (de ómnibus) donde él estaba. Cuando tenés un hijo en situación de calle, buscás y buscás en la gente que está en la calle.
—¿Cómo es encontrar a tu hijo en la calle, y tener que dejarlo ahí, en esa situación?
—Horrible. Yo no sé cómo hago. Creo que me sostiene el amor. El amor de tanta gente: de mis hijos, de mis nietos, de mi esposo... Porque es muy fuerte la situación. Y ya no sé cómo pedir que alguien me escuche, que entienda que mi hijo necesita ayuda, que está enfermo, que mi hijo se está muriendo de a poco. En el día de su cumpleaños fui a la terminal y le pregunto por él a una señora de limpieza de la terminal, porque a mi hijo lo conoce todo el mundo. Y me dijo: “Está preso”. Desde el 27 de julio está preso por coacción: amenazó a alguien en la terminal, porque se pelean por el lugar (para quedarse). Por su adicción, está más agresivo. Pero nunca lastimó a nadie.
—¿Cómo es ir a ver a un hijo preso?
—Siempre dije que con Arturo mi límite era la cárcel: que nunca iría a verlo preso porque no iba a poder. Seguiría luchando con los mecanismos oficiales, con el sistema, pero mi límite sería la cárcel. Pero la última vez que hablé con el secretario del juez, me hablaba y me hablaba de Arturo. Y yo veía un expediente donde estaba Arturo. Pero lo que me hablaba de él, no era mi hijo.
—¿Y entonces fuiste a visitarlo a la cárcel?
—Ya rompí ese límite: hoy estoy preparada para afrontarlo. Puedo entender que la enfermedad de mi hijo me llevó hasta ese lugar. Y puedo entender que necesito verlo. Entonces fui a Córdoba, a la UCA (Servicio Penitenciario): “No está acá, está en (la cárcel de) Bouwer”, me dicen. Voy, y me dicen que no podía verlo. Tuve que volver a Buenos Aires para seguir un tratamiento médico mío, pero con la consigna de regresar para verlo. Esta semana le tomaron declaración. Su causa está en la Fiscalía 3, de Villa María.
—¿Sabés si está haciendo algún tipo de tratamiento adentro de la cárcel?
—No está haciendo tratamiento ni recibiendo alguna atención porque la Justicia, con él hace una rueda: el Estado lo detiene, lo lleva preso, lo tiene un tiempo; lo vuelve a soltar, él vuelve a delinquir, lo lleva preso; lo vuelve a soltar... ¿Y qué es lo que él necesita? Un tratamiento. Como no lo tiene, esto no se corta nunca. Y siempre volvemos a lo mismo.
—Y entonces, ¿por que no lo internan?
—Por la Ley de Salud Mental.
—Pero el juez puede decidir su internación: tiene que haber una determinación judicial.
—Exacto. El juez puede determinar la enfermedad de mi hijo.
—Vos pedís su internación desde hace mucho tiempo, desde antes de que tu hijo delinquiera. No la pedís para que zafe de pagar sus penas con la sociedad.
—Claro. La primera vez que la pedí fue en 2018. Y todavía espero que la Justicia me escuche. No entiendo cómo no se dan cuenta de que Arturo delinque porque tiene una enfermedad y necesita un tratamiento, no la cárcel. Por lo que vi en estos ocho años, el Estado lo está dejando morir. Y yo, como mamá, estoy tratando de activar todos los medios para salvarlo. Necesita una internación. Arturo era un ser maravilloso. Lo sigue siendo. Lo que pasa es que la enfermedad, lo tapa.
—¿Sería más fácil para el Estado que tu hijo esté muerto?
—(Piensa) Y... por cómo veo la situación, yo creo que sí.
—¿Tenes fe de que Arturo pueda salir adelante?
—Siempre tengo fe. Por eso estoy acá. Por eso sigo viviendo. Por eso nunca voy a bajar los brazos.
—¿Tuviste miedo que se muera?
—Siempre. Todas las noches.
—En algún momento llegás a la ONG La Madre Marcha.
—Sí. Me salvó la vida. Fui a La Madre Marcha por mi hijo, hasta que entendí que iba por mí. Llegué creyendo que lo iba a salvar a él, y me enseñaron a vivir con la enfermedad. Me dieron las herramientas. Es un grupo humano excelente: encontré amigas maravillosas. Y encontré gente que no te juzga, porque cuando tenés un hijo adicto lo primero que la gente se pregunta es: “¿Qué habrá pasado en esa familia?”. En La Madre Marcha hay tantas familias distintas, de todas las clases sociales, y con madres que hicimos todo para criar nuestros hijos lo mejor posible. Y que tenemos un mismo problema en común. Esta es una enfermedad que le puede pasar a cualquiera.
En un rincón perdido de esa terminal de ómnibus, invisible para todos, guarecido en un hueco y cobijado -si es que esto pudiera ser posible- por una frazada gastada, Patricia vio a un joven durmiendo. Con tanta cautela como respeto, intentó identificarlo. Ese joven podía ser Arturo, su hijo menor.
“Yo lo miraba: buscaba su cara para ver si esa cara, era la de mi hijo -recuerda-. Y mientras buscaba, me pasaba todo como en una película: el momento en que nació, cuando lo llevé al jardín, cuando tomó su primera comunión... Los momentos que tenés con un hijo. Y yo estaba buscando a mi hijo detrás de esa frazada, detrás de ese muchacho en situación de calle”.
—¿Y era tu hijo?
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—No. No era. Pero era el hijo de cualquier otra mamá, en mis mismas circunstancias. Y entonces, seguí buscando.
Patricia se emociona. Aferrada a su relato, a lo largo de todo este encuentro con Infobae intentará en vano que las lágrimas no la desborden. Cuando eso suceda, seguirá narrando. “Doy este testimonio para que muchas mamás vean la situación a tiempo. El tiempo es un factor importantísimo”.
Y así cuenta que al fin encontró a su hijo, no en la terminal sino en las calles de Villa María, Córdoba. En el hueco donde lo arrojó la indiferencia del Estado. Y dice que lo notó “muy mal”. Que le acercó “lo básico” -una muda de ropa y un sándwich-, porque si le daba más lo vendería para conseguir droga. Y que después se subió al auto, y su marido le dijo: “Esto es todo...”. Como pudo, le respondió: “Arrancá, por favor”.
Esta es la historia de una mujer que acompañó a su hijo de todas las maneras posibles, primero en su Catamarca natal, luego en su paso por Buenos Aires, ahora en Córdoba. Una mamá que desde hace años se desangra en su propia impotencia, frente a una Justicia que la oye sin escucharla.
Y es también la historia de un joven que pidió ayuda, que intentó, pero que ya no puede: está enfermo. Y es también el grito desesperado a la Justicia, que se pierde en su propio eco: la internación -de carácter urgente- es negada desde hace tiempo.
“Mi hijo se está muriendo de a poco, y yo lo veo. Pero nadie hace nada, nadie lo evita -lamenta Patricia-. La responsabilidad de sacar adelante a Arturo también es del Estado”.
—¿Cuándo entendiste que algo pasaba con Arturo?
—Yo no me di cuenta. Hasta que a los 21 años le manifestó a su psicóloga que tenía problemas de adicción.
—Arturo ya lo identifica como un problema.
—Sí. Empezó a sus 15 años. Y había señales: perdía ropa, perdía celulares, hacía cosas que eran distintas. Pero yo las tomaba como parte de su adolescencia.
—¿Hoy entendés que vendía su ropa y sus celulares para consumir?
—Tal cual. Pero cuando vos no estás en ese mundo, es muy difícil identificarlo. Recién ahora me doy cuenta. Si vuelvo para atrás, todo lo que podría haber hecho y no me di cuenta... Sinceramente: no lo vi, no lo vi.
—¿Con qué empezó?
—Con cocaína, directamente. Y tenía una marcada tendencia al alcohol. En 2017, a los 22 años, nos cuenta que tiene un problema de adicción y todo se empieza a desbordar: empieza a tener conductas distintas. Notábamos que algo le pasaba.
—Cuando Arturo se sienta con ustedes, con sus padres, ¿qué les plantea?
—Que tiene un problema de consumo. Y también me dice que lo puede manejar. Pero nos empezamos a dar cuenta de que no.
—¿Por qué lo cuenta? ¿Necesitaba algo, estaba endeudado, quería que lo cuidaran?
—Por todo eso: porque necesitaba ayuda, porque estaba endeudado, porque quería decirlo. Por supuesto, lo internamos inmediatamente en Salta. En ese momento, él también lo quería.
—¿Arturo estaba en condiciones de decir: “Yo quiero salir de esto”?
—En ese momento, sí. Por eso habló: pudo pedir ayuda.
—Y en ese momento, ¿qué te pasó a vos?
—Pensé que iba a salir. Como familia lo acompañábamos un montón, y él se dejaba acompañar. Sumado a la parte terapéutica, sentí que íbamos a poder. Pero no se pudo. Arturo sostuvo el tratamiento seis meses. Me acuerdo que fuimos (a visitarlo) con su hermano y con su hijito, que en ese momento era chiquito, y la mamá del hijito, que fue su pareja durante un tiempo; una persona excelente, muy mamá. Hicimos todo el acompañamiento y nos volvimos como a los 15 días. Siempre íbamos a Salta y volvíamos a Catamarca como se podía.
—¿Cuántos años tiene su hijo?
—Hoy tiene diez. Lo manejamos por el lado de que (su papá) está trabajando en Córdoba, pero va creciendo. Llegará un momento en que tendremos que decirle que su papá tiene una enfermedad.
—Cuando Arturo se va del centro de rehabilitación de Salta y vuelve a Catamarca, ¿regresa inmediatamente a las drogas?
—Sí, inmediatamente. Nunca las pudo dejar. Tuvo muchas internaciones: cada vez que las dejaba, la recaída era inmediata. Al salir de la primera internación sostiene durante un tiempo una terapia de día en el CIS, un Centro Integral de Salud que se dedica especialmente a las adicciones. Pero entre 2018 y 2020 tuvo nueve internaciones involuntarias con riesgo de vida.
—¿Por qué involuntarias? ¿Eran internaciones que pedías vos?
—No. Él llegaba solo al centro de salud y lo internaban porque estaba muy mal.
—¿Lo internaban por sobredosis o porque había intentado lastimarse a sí mismo?
—Por sobredosis. Nunca intentó suicidarse. Tampoco le hizo daño a los demás, salvo en este último tiempo que está más agresivo, con coacciones, amenazas. En el 2018, durante su segunda o tercera internación involuntaria, cuando tuvieron que sedarlo porque no había forma de calmarlo, hice una presentación ante la Justicia de Catamarca.
—Había una mamá pidiéndole al Estado que hiciera algo porque ya no podía, y porque su hijo terminaba mal.
—Porque él tiene su voluntad tomada: es un enfermo. Ya en ese momento corría riesgo su vida. Ahí, él ya no estaba de acuerdo (con ser internado). Cuando lo sacaban de la urgencia, lo invitaban a hacer el tratamiento de día, pero no podía sostenerlo mucho tiempo. Pasa un mes y tiene otra recaída.
—Era necesario que estuviera internado.
—Exacto.
—Por eso hacés la presentación judicial.
—Y me la deniegan. Queríamos darle otra oportunidad porque nos dábamos cuenta de que Arturo no podía.
—Y como mamá, ¿cuáles eran tus emociones?
—Lloraba todo el día. Me costaba mucho entender la enfermedad. La entendí recién dos años atrás. Al principio yo pensaba que él no quería, y entonces lo retaba. Después entendí que está totalmente enfermo. Pero no es fácil entender esto. Hoy me doy cuenta de lo equivocada que estaba como mamá. Y lo que habrá sufrido él... Porque ellos (los adictos) sufren mucho. Yo pensaba que Arturo iba a salir no era porque fuera mi hijo, sino que lo veía espléndido. Hasta que la última vez, cuando lo encontré en situación de calle en Villa María, deambulando, tenía la cara teñida de negro por el consumo. Se ve que esa noche había consumido mucho. Y me costó reconocer a mi propio hijo cuando lo vi caminando... (llora).
—Y vos, pensando que eso era lo peor que podía suceder, sin imaginar lo que podría venir después.
—Sí... En realidad, nunca pensé estar donde estoy hoy. En ese momento pensé que eso era lo peor que me podía pasar.
—Pero venían cosas más difíciles.
—Sí...
—¿Qué pasa después de esas nueve internaciones involuntarias?
—De 2018 a 2020 estuvo en el CIS; entraba y salía. En 2020 abandona y estuvo un tiempo mal. Después vuelve a internarse en la ciudad de Río Cuarto por decisión suya: todavía tenía ganas de querer salir. Ahí estuvo más de un año internado. Y estaba muy muy bien... Me dice: “Mamá, ya estoy bien. Me quiero ir a Buenos Aires, trabajar allá”. Y hablamos con un sobrino mío, que le dio trabajo.
—¿En ese momento tenía vínculo con su hijo?
—Sí, todavía tenía vínculo. Lo ama a su hijo, pero lamentablemente la enfermedad lo alejó. Creo que él se aleja para preservar a su hijo, como también se aleja de nosotros. Cuando viene a Buenos Aires, después de un año y pico internado, no puede sostenerse ni siquiera tres semanas... Fue terrible.
—¿Cómo te enteraste?
—Él trabajaba de lunes a viernes con su primo y los fines de semana venía a quedarse en casa. Con mi marido, por problema de salud de los dos, nos vinimos en Buenos Aires. Y ese fin de semana le habíamos preparado un asadito para que Arturo se sintiera bien, porque se estaba insertando de vuelta en la sociedad. Pero ese sábado no apareció. Y el teléfono nunca sonó. Y los miedos. Y el fantasma (del consumo). Y una noche espantosa. El domingo a la tarde suena el teléfono: “Mamá, vení a buscarme”.
—¿Dónde estaba?
—En la obra donde trabajaba. Y estaba mal. “¿Qué vamos a hacer?”, le dije. “Me voy a internar de vuelta”. Se fue a Río Cuarto, otra vez. Después de las nueve internaciones involuntarias, con riesgo de vida, él entendió: avisaba cuando estaba muy al borde. Pero siempre al extremo de todo.
—¿Siempre cocaína y alcohol?
—Es lo que creo. Vos sabés que un adicto es manipulador, mentiroso, y hasta donde pudo, él dijo la verdad. En esa internación en Río Cuarto aprende los oficios de panadería y venta ambulante.
—¿Arturo no aceptaba venir a Buenos Aires a vivir con vos?
—No, porque hay algo que tenía bien en claro: Buenos Aires no era para él, por su desborde. Y tampoco quería que sus hermanos y su hijo lo vieran en Catamarca en el estado en que está hoy. Por eso decide quedarse en Córdoba. La última vez que lo vi, lo vi tan mal...
—Durante las internaciones, ¿vos sentías algo de alivio? No solo por estuviera recuperándose, sino porque había alguien más mirándolo, acompañando en la responsabilidad de sacarlo a Arturo adelante.
—La responsabilidad de sacar a Arturo adelante también es del Estado. La última vez vi el despojo de mi hijo, y el Estado me deja verlo. Porque yo voy viendo el deterioro de mi hijo, pero nadie lo evita. Hoy Arturo está preso en Córdoba por un delito que cometió en Villa María. Y yo voy a la Defensoría a explicarles: les presento la epicrisis, todas las internaciones y la historia clínica, para que entiendan que él no tiene voluntad, que no puede solo. Y que además hay una familia detrás, que quiere ayudarlo.
—En todos esos años, ¿cuántos pedidos hiciste para judicializar la internación?
—Tres.
—¿Y los tres fueron denegados por la Justicia?
—Sí. Me dicen: “¿Usted sabe que la ley no nos permite accionar para internar a su hijo?”. Y entonces yo me siento invisible. O sea, soy yo contra el mundo, y el Estado me deja ver cómo mi hijo se muere. Desde sus 22 años vengo viendo cómo él va cayendo, cómo se deteriora física y cognitivamente. Si vos hubieras visto lo que yo vi la última vez... Duele (llora).
—¿Cómo sucede que Arturo llega a vivir a la calle?
—Antes de irse de esta última internación de Río Cuarto, me llama: “Mamá, me voy. No voy a intentarlo más”. Decide no internarse más. Y se te paraliza el corazón. Ese es el miedo de todas las mamás que tienen a sus hijos internados. Los oficios de panadero y vendedor ambulante los pudo sostener a medias, pero como todavía no había llegado a un extremo de adicción peligroso, mucha gente buena le abrió la puerta: tenía lugares donde le brindaban apoyo porque era buen pibe. Pero obviamente, decepcionaba a todo el mundo...
—Cuando hablás de una adicción peligrosa, ¿te referís hacia terceros o hacia él mismo?
—Era peligroso para él; nunca fue violento. Pero después se metía en líos o robaba cosas de las casas donde estaba, y terminaba afuera. Un señor le dio trabajo en el campo. “Es tan buen chico -me dijo-. Estuve un mes acompañándolo, tratando de que no fuera a la ciudad, de que se quede acá, en el campo”. Pero una noche Arturo entró al cuartito de las herramientas: le robó todas las herramientas y se fue.
—¿Y así terminó en la calle?
—Terminó en la calle. Primero va a Bell Ville y empieza con problemas policiales. Delinque. Pero él no roba con armas ni con cuchillos: entró a una casa que estaba sin la gente, a robar cosas; después robó una encomienda en la terminal. Ese tipo de cosas. Todos hurtos.
—¿Roba solo o roba con alguien más?
—Empezó a conocer gente. Andaba con dos o tres muchachos en su misma condición.
—¿Nunca nadie salió lastimado?
—No. Nunca. La última vez que hablé con el secretario del juzgado para ver si lo podía mandar a hacer un tratamiento, porque las suyas son todas causas menores, me dijo que iba a evaluarlo.
Patricia sigue luchando para que la Justicia entienda que Arturo necesita un tratamiento.
Patricia sigue luchando para que la Justicia entienda que Arturo necesita un tratamiento.
—¿Cómo te enterás de que tu hijo está viviendo en la calle?
—Arturo me lo dice. Cuando puede pedir un teléfono, se comunica conmigo.
—¿Y qué te pasó?
—No. Un dolor terrible... Y yo le ofrecí tratamiento y me dijo que no.
—¿Y cómo es ir a ver a tu hijo, que está durmiendo en la calle?
—Es muy difícil. Es viajar a una ciudad y empezar a buscar en las casas abandonadas, donde generalmente está con dos o tres, y se meten. O buscar por la terminal (de ómnibus) donde él estaba. Cuando tenés un hijo en situación de calle, buscás y buscás en la gente que está en la calle.
—¿Cómo es encontrar a tu hijo en la calle, y tener que dejarlo ahí, en esa situación?
—Horrible. Yo no sé cómo hago. Creo que me sostiene el amor. El amor de tanta gente: de mis hijos, de mis nietos, de mi esposo... Porque es muy fuerte la situación. Y ya no sé cómo pedir que alguien me escuche, que entienda que mi hijo necesita ayuda, que está enfermo, que mi hijo se está muriendo de a poco. En el día de su cumpleaños fui a la terminal y le pregunto por él a una señora de limpieza de la terminal, porque a mi hijo lo conoce todo el mundo. Y me dijo: “Está preso”. Desde el 27 de julio está preso por coacción: amenazó a alguien en la terminal, porque se pelean por el lugar (para quedarse). Por su adicción, está más agresivo. Pero nunca lastimó a nadie.
—¿Cómo es ir a ver a un hijo preso?
—Siempre dije que con Arturo mi límite era la cárcel: que nunca iría a verlo preso porque no iba a poder. Seguiría luchando con los mecanismos oficiales, con el sistema, pero mi límite sería la cárcel. Pero la última vez que hablé con el secretario del juez, me hablaba y me hablaba de Arturo. Y yo veía un expediente donde estaba Arturo. Pero lo que me hablaba de él, no era mi hijo.
—¿Y entonces fuiste a visitarlo a la cárcel?
—Ya rompí ese límite: hoy estoy preparada para afrontarlo. Puedo entender que la enfermedad de mi hijo me llevó hasta ese lugar. Y puedo entender que necesito verlo. Entonces fui a Córdoba, a la UCA (Servicio Penitenciario): “No está acá, está en (la cárcel de) Bouwer”, me dicen. Voy, y me dicen que no podía verlo. Tuve que volver a Buenos Aires para seguir un tratamiento médico mío, pero con la consigna de regresar para verlo. Esta semana le tomaron declaración. Su causa está en la Fiscalía 3, de Villa María.
—¿Sabés si está haciendo algún tipo de tratamiento adentro de la cárcel?
—No está haciendo tratamiento ni recibiendo alguna atención porque la Justicia, con él hace una rueda: el Estado lo detiene, lo lleva preso, lo tiene un tiempo; lo vuelve a soltar, él vuelve a delinquir, lo lleva preso; lo vuelve a soltar... ¿Y qué es lo que él necesita? Un tratamiento. Como no lo tiene, esto no se corta nunca. Y siempre volvemos a lo mismo.
—Y entonces, ¿por que no lo internan?
—Por la Ley de Salud Mental.
—Pero el juez puede decidir su internación: tiene que haber una determinación judicial.
—Exacto. El juez puede determinar la enfermedad de mi hijo.
—Vos pedís su internación desde hace mucho tiempo, desde antes de que tu hijo delinquiera. No la pedís para que zafe de pagar sus penas con la sociedad.
—Claro. La primera vez que la pedí fue en 2018. Y todavía espero que la Justicia me escuche. No entiendo cómo no se dan cuenta de que Arturo delinque porque tiene una enfermedad y necesita un tratamiento, no la cárcel. Por lo que vi en estos ocho años, el Estado lo está dejando morir. Y yo, como mamá, estoy tratando de activar todos los medios para salvarlo. Necesita una internación. Arturo era un ser maravilloso. Lo sigue siendo. Lo que pasa es que la enfermedad, lo tapa.
—¿Sería más fácil para el Estado que tu hijo esté muerto?
—(Piensa) Y... por cómo veo la situación, yo creo que sí.
—¿Tenes fe de que Arturo pueda salir adelante?
—Siempre tengo fe. Por eso estoy acá. Por eso sigo viviendo. Por eso nunca voy a bajar los brazos.
—¿Tuviste miedo que se muera?
—Siempre. Todas las noches.
—En algún momento llegás a la ONG La Madre Marcha.
—Sí. Me salvó la vida. Fui a La Madre Marcha por mi hijo, hasta que entendí que iba por mí. Llegué creyendo que lo iba a salvar a él, y me enseñaron a vivir con la enfermedad. Me dieron las herramientas. Es un grupo humano excelente: encontré amigas maravillosas. Y encontré gente que no te juzga, porque cuando tenés un hijo adicto lo primero que la gente se pregunta es: “¿Qué habrá pasado en esa familia?”. En La Madre Marcha hay tantas familias distintas, de todas las clases sociales, y con madres que hicimos todo para criar nuestros hijos lo mejor posible. Y que tenemos un mismo problema en común. Esta es una enfermedad que le puede pasar a cualquiera.
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